El juego en la infancia (*)
Hace ya mucho tiempo que la infancia está ligada al juego. Podríamos decir que
características y necesidades propias. Cuentos, películas, chistes y rimas dejan
establecida una asociación profunda, particular y hasta incuestionable entre los
niños y esta actividad. Indicadores de lo que la sociedad cree y piensa desde sus
expresiones más diversas acerca de la infancia y el juego. Significados que
atraviesan geografías manifestándose de distintas maneras.
En algunos lugares el juego se estimula y se festeja socialmente. En otras regiones
el juego se vivencia a hurtadillas casi como temiendo un castigo. Cuando el juego se
valora se dirige la atención sobre él enriqueciéndolo a través de materiales y
habilitando tiempos y espacios para jugar. Otros contextos aún reconociendo la
relación entre el juego y los niños no valoran positivamente esta actividad. Posición
que favorece la persistencia de formas de juego repetitivas y empobrecedoras por
ausencia de aportes. De este modo el juego de los niños queda limitado en tiempo,
espacio y recursos. Limitación que atenta contra su complejización y evolución.
Sabemos que los chicos son todos diferentes en tanto sujetos singulares integrantes
de grupos culturales con atributos propios. Valores, normas, costumbres, relatos,
que ofician de referencia, marco y sostén para cada familia. Matrices de crianza que
valoran y promueven aprendizajes puntuales. Formas de enseñar que al mismo
tiempo delinean una manera de aprender. Los chicos llegan a la escuela con modos
de pensar, de hacer y de hablar aprendidos en la vida familiar. Estos modos de
organizar y comprender la realidad devienen en saberes, intereses y preguntas que
se problematizan y enriquecen a través de distintas estrategias educativas
orientadas hacia la construcción y apropiación del conocimiento escolar.
Las escuelas forman parte del contexto social y cultural al que pertenecen los
alumnos y al mismo tiempo forman parte de un contexto más amplio que las integra
a un proyecto educativo de carácter nacional. Es decir, tienen saberes y prácticas
cercanas a la cultura propia del lugar y también deben sostener propósitos que son
diversos y más amplios. Propósitos que integran a cada escuela con otras,
construyendo zonas de intercambio y producción conjunta que no sólo acercan a las
escuelas y a los maestros sino que a través de estas acciones y pautas comunes los
alumnos se acercan en términos de desarrollo cultural, cognitivo y social.
Sabemos que no hay “una” infancia, un modo de ser niño único y universal. Los
contextos de crianza se organizan a través de particulares significados y creencias
que van configurando a los niños con atributos singulares y de pertenencia cultural.
Este reconocimiento no implica caer en el relativismo absoluto que cristaliza la
heterogeneidad al modo de fragmentación social y cultural. En otras palabras,
reconocer lo plural no descarta sostener necesidades y derechos comunes a todos
los chicos.
El respeto por la diversidad se integra al objetivo de construir experiencias
educativas escolares sostenidas en el propósito de revertir desigualdades. Cuando
los educadores hacemos esta tarea de ponernos de acuerdo estamos interviniendo
para achicar la distancia en las diferencias injustas entre los chicos. A través de
nuestros acuerdos estamos haciendo efectivos sus derechos. Este proceso de
creación de consenso integra el reconocimiento del juego como derecho universal
de los niños.
(*) Apartado extraído del articulo :
ENCUENTRO REGIONAL DE EDUCACIÓN INICIAL
“Intercambio para el fortalecimiento de políticas en educación inicial”
Ciudad de Buenos Aires, junio de 2006
Ponencia y debate:
“El juego en la infancia y en el nivel inicial”
A cargo de: Gabriela Valiño
Fuente: http://www.me.gov.ar/curriform/publica/inicial_valinio.pdf
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